La autonomía del ser humano, comportándose éste como individuo pensante y
racional, es propia de la naturaleza del mismo, de sus actos, de su conducta;
es decir, es una característica intrínseca de su desarrollo, pues es él mismo
quien fija las leyes y normas, delimitadas en un marco ético y moral, para
expresarse y tomar decisiones sin intervención ni influencia externa. De ahí
que su libertad lo haga responsable de sus actos en la medida en que comprenda
las consecuencias de ellos. Con estas consideraciones, pudiera tomarse como
axioma la proposición “la autonomía es el fin del desarrollo”, siendo una
perspectiva heterodoxa respecto a las tradicionales concepciones de desarrollo,
puesto que desenvuelve su significado en función del bienestar, al mismo tiempo
que deriva en la autonomía colectiva. Esto último no es más que el autodesarrollo
de la comunidad en cuestión, de la sociedad bajo su participación demarcada en
un sistema como institución.
Vivir en plena autonomía involucra la difusión de la libertad hasta
constituirse en un factor renovador de la sociedad y permitir la gobernabilidad
y cohesión social. Es la libertad, la autonomía, en fin, la participación
activa de la sociedad en el poder constitucional que adopta un Estado la
promoción misma de su desarrollo y, por ende, es al mismo tiempo el medio y fin
para definir la calidad de vida del ser humano. Por tal motivo, la alegoría del
buen desarrollo como autodesarrollo encomienda la promoción del capital social
y capital humano como estrategia coherente y oportuna del desarrollo, que
propugna fervorosamente la democracia participativa a fin de repudiar un
régimen paternalista que intenta dar asistencia duradera a su pueblo,
extendiendo en éste un “mal desarrollo”, una actitud heterónoma, que lo sumerge
en una subordinación inevitable; he ahí entonces el ejemplo ilustre de “todo
por el pueblo, pero sin el pueblo”.
Deliberar sobre el desarrollo resulta en un temario complejo cuya
aplicación global todavía está en cuestionamiento, más aún del Desarrollo
Humano Sostenible (DHS), ya que la calidad de vida difiere en todos los países
del mundo. Tal hecho permite que este constructo socioeconómico conciba
íntegramente tres pilares, uno de carácter social, otro económico y una
percepción de índole ecológico, que sustentan la vida del ser humano,
situándolo como centro del desarrollo, con el mero uso racional y mesurado de
los recursos proporcionados por la naturaleza, con el objeto de garantizar en
el tiempo y el espacio la sostenibilidad de los derechos humanos, la
democracia, la eficiencia, la equidad y justicia económica y el fomento de una
cultura de paz. Si bien es cierto que el DHS está fundamentado en la
transformación que pueda hacer el ser humano de sí mismo y de su entorno, es el
derecho de vidas incalculables para morar en el planeta Tierra.
Es así como el DHS refleja una creciente búsqueda del mejoramiento en la
calidad de vida humana, pero limitándose a la idea de un crecimiento económico
sin precedentes cuyos mecanismos de progreso son adversos a la diversidad
biológica, a la vida en general; por esto, es imprescindible que la sociedad
humana, como agrupación de personas que establecen numerosas relaciones, tengan
por sentado los cuatro principios globales del DHS extraídos de la Carta de la
Tierra: 1) respeto y cuidado de la comunidad y la vida; 2) integridad
ecológica; 3) justicia social y económica; y 4) democracia, no violencia y paz.
Es de suponer entonces que, el crecimiento, en términos económicos y
ecológicos, no es condición necesaria para que exista prosperidad y desarrollo en
todos los sentidos, pues la producción masiva de bienes y servicios no respalda
un alza en los estándares de vida, al menos no en la realidad, no en la praxis.
Siguiendo estos lineamientos, surge la noción de capital social, traducido
en oportunidades para la acción colectiva y el bienestar de los grupos humanos,
organizados en comunidades, donde la confianza, los sistemas institucionales y
las redes sociales imperan en la formación y mantenimiento del desarrollo de la
sociedad, atribuyéndola de facultades cívicas para la movilización de capitales
y recursos. Como se ha dicho con anterioridad, el capital social significa el
soporte de un “buen desarrollo”, puesto que fija el pensamiento autónomo que
subyace de la cooperación para crear y amasar un tejido social que ha de ser lo
suficientemente íntegro e incorruptible en pro del autodesarrollo. Es preciso
instar por la transformación global de la comunidad humana, en tanto que la
acumulación del capital social simbolice la valoración del conocimiento y la
cultura como componentes que, per se, adoptarían los mecanismos cooperativos a
posteriori de la convivencia.
Está claro que el capital social es una cuestión de conducta y de
experiencia cotidiana capaz de instaurar firmeza y confianza en la
estructuración de las relaciones interpersonales e impersonales de la sociedad.
Empero, cuando se resquebraja la confianza sedimentada en los estatutos que
rigen el buen funcionamiento de las comunidades, los basamentos de todas las
instituciones trascienden al amoldamiento de un orden social caótico, de
carácter anárquico, que, sin lugar a dudas, la flexibilidad institucional señala
su incompetencia y torpeza en el cumplimiento real de las expectativas sobre la
conducta futura. Esta desconfianza produce dilación en la determinación
autónoma que ha de fundarse y erigirse en las personas, dado que la confianza
endeble e inestable deteriora el tejido social en la vida pública, invadiendo
los diferentes grupos sociales, incluso el mercado y la vida económica en
general, y retrasa el progreso del Desarrollo Humano Sostenible.
Significa entonces que la debilidad en el capital social evidencia la
flaqueza de la vida institucional; debido a esto, fomentar una cultura de
construcción institucional es digno de organizar la vida social limitada
estrictamente por un marco jurídico, guiada por el respeto absoluto de los
derechos humanos y, por encima de todo, la confianza, de tal forma que la
sociedad misma se adecúe a los comportamientos definidos en la ética. Pasar por
alto estas restricciones conllevará a la vida pública y su autonomía al
descenso de sus activos, al aumento de los costos de transacción, al
impedimento de acceder a los recursos económicos con viabilidad. Por lo tanto,
detallar las disfuncionalidades de la cultura pública, de sus instituciones, de
su capital social, sustenta el emprendimiento del orden público y procede con
la eficacia del compromiso de la sociedad con los recursos naturales, que
resalta el desarrollo sustentable de la humanidad.
Como
reflexión, sería esencial para el lector que tome en cuenta lo expresado por
Gallardo, Eliana: “El desarrollo humano pleno es la posibilidad de expansión de
la libertad de las personas y el desarrollo de su autonomía. Asimismo, un
modelo de desarrollo humano permitirá la expansión de las capacidades de las
personas, el reconocimiento de su especificidad de género, de edad, étnica,
etcétera, a fin de asegurar su participación en los espacios de poder donde se
decide, en última instancia, el rumbo de la sociedad” (citado por Abraham de
Quintero, María, 2008, p. 234).
Fuente:
Abraham de Quintero, María (2008). El Servicio Comunitario y la Responsabilidad
Social Universitaria. Dirección de Medios y Publicaciones Universidad de
Carabobo, Valencia.